Lleva un
rato intentando llover,
ya me conozco ese nudo en la garganta
que tienen las nubes.
Me sentaré aquí a ver como sucede
y me juraré una vez más
no despedirme de mí
sin no hacerlo antes de ti.
Que siempre se me olvidan los modales fuera de casa.
Y querré cerciorarme a que sabe el abandono de unos labios
y un cigarro consumido hasta las letras.
Cómo un sábado puede pasear un paisaje tan triste
desde que no desayunamos planes en la cama
o cómo transitan tus vagos recuerdos
por las últimas horas de un día muy largo.
Quién me dice si en la balanza de lo lícito
echarme de menos a mí
equivale lo mismo
que echarte de menos a ti.
Cómo le explicamos a nuestro niño interior
que van a robarle caramelos a la puerta del colegio.
Que le mentirán y habrán hecho un acto de bondad.
Cómo el favor que me hiciste
es devuelto sin pasar de puntillas
por tus recuerdos.
Tengo tantas preguntas
esperando en fila india,
y aquí la única que hace el indio
pensando en todo ésto soy yo.
Porque para todas ellas
existe la doble respuesta,
que no es otra cosa que
la
tuya
y
la
mía.
Y es entonces cuando me convenzo
de que solo van a pillar
con sus acertijos enrevesados,
y lo hacen,
y me pillan de nuevo pensando en ti.
Pero no voy a esconderme,
solo porque sé que ya no vienes a buscarme.
He preferido quedarme de pie.
Inmóvil,
como el ciprés enorme que vive en frente de mi ventana.
Ni siquiera sé si es un ciprés,
pero me gusta pensar que sí.
Y me pregunto con qué clase de fuerza sobrenatural
aguanta estoicamente los últimos latigazos
de éste invierno que nunca termina.
Impasible.
A veces parece que me mira desde ahí fuera
recordándome lo invencible
que se siente al paso del tiempo.
Porque verdaderamente lo es.
Llevará incluso desde antes de que nosotros
perdiéramos su noción,
que es justo cuando se perdió todo.
Todo
y que ahora ese todo
no es nada más que nada.
Nada
Y que nunca lo harán.
ya me conozco ese nudo en la garganta
que tienen las nubes.
Me sentaré aquí a ver como sucede
y me juraré una vez más
no despedirme de mí
sin no hacerlo antes de ti.
Que siempre se me olvidan los modales fuera de casa.
Y querré cerciorarme a que sabe el abandono de unos labios
y un cigarro consumido hasta las letras.
Cómo un sábado puede pasear un paisaje tan triste
desde que no desayunamos planes en la cama
o cómo transitan tus vagos recuerdos
por las últimas horas de un día muy largo.
Quién me dice si en la balanza de lo lícito
echarme de menos a mí
equivale lo mismo
que echarte de menos a ti.
Cómo le explicamos a nuestro niño interior
que van a robarle caramelos a la puerta del colegio.
Que le mentirán y habrán hecho un acto de bondad.
Cómo el favor que me hiciste
es devuelto sin pasar de puntillas
por tus recuerdos.
Tengo tantas preguntas
esperando en fila india,
y aquí la única que hace el indio
pensando en todo ésto soy yo.
Porque para todas ellas
existe la doble respuesta,
que no es otra cosa que
la
tuya
y
la
mía.
Y es entonces cuando me convenzo
de que solo van a pillar
con sus acertijos enrevesados,
y lo hacen,
y me pillan de nuevo pensando en ti.
Pero no voy a esconderme,
solo porque sé que ya no vienes a buscarme.
He preferido quedarme de pie.
Inmóvil,
como el ciprés enorme que vive en frente de mi ventana.
Ni siquiera sé si es un ciprés,
pero me gusta pensar que sí.
Y me pregunto con qué clase de fuerza sobrenatural
aguanta estoicamente los últimos latigazos
de éste invierno que nunca termina.
Impasible.
A veces parece que me mira desde ahí fuera
recordándome lo invencible
que se siente al paso del tiempo.
Porque verdaderamente lo es.
Llevará incluso desde antes de que nosotros
perdiéramos su noción,
que es justo cuando se perdió todo.
Todo
y que ahora ese todo
no es nada más que nada.
Nada
Ya llueve,
y las gotas se estrellan
contra el cristal,
pero al fin y al cabo
son lágrimas que no dicen nada,
¿verdad?
Y que nunca lo harán.
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