A medias




- La mala noticia es que si me quedo contigo me querré ir.
- Cuál es la buena entonces?
- Que si me voy siempre querré volver.
- Eso no es querer.
- Te quiero así, a medias. A medias para no tenerte del todo 
y tampoco perderte para siempre. Y quiero que tú me quieras así.
Necesito la libertad de irme. libertad de volver, libertad de quererte,
libertad de odiarte, de abofetearte y después besarte.

Tigre con piel de lobo


Tengo los ojos tan grandes para observarte mejor,
el pelo tan largo para enredarte mejor,
los labios tan rojos,
para comerte
morderte 
y marcarte mejor.

Soy un tigre con piel de lobo.
Soy peor de lo que piensas
y el resto se imagina.
Sonrío con dientes de leche
y ataco con colmillos de marfil.

Eres mi presa favorita
y yo sólo tu asesina.

Colecciono escalofríos en tu espalda,
tus valientes tiemblan de miedo.
No hay nada que hacer,
estás muerto antes de echar a correr.

Olvidaste los reflejos en el espejo
y ahora que te veo indefenso
te miro con pena,
culpable de lo que he hecho.

Te sangra la herida.
Lo siento,
va a haber que amputarte el corazón.

Así no se puede querer.

Ni siquiera soy un lobo, Caperucita.
Sólo soy la piel.

Piel de serpiente

Colaborando con la revista Zoozobra Magazine,
Poema: Aquí





















Estoy a tres pasos de tu puerta 
y si te veo echo a correr. 
Te quiero de lejos 
y me bebo los poemas
que escribo en barras de bar. 
Me cuelo por las rendijas de mi soledad 
y duermo en otras camas. 
Fumo todo lo que se deja consumir 
y me trago el humo del que no espera nada a cambio.  
Pero todo cambia.

                           Tú 
                               Yo,
                                    La piel de serpiente que mudamos
cuando (nos) atacamos 
y también cuando (nos) amamos. 
Espero estar delante de ti una vez más 
y no darte miedo o ganas de llorar un mar
que me mires a los ojos, 
las palabras se pierdan 
y los besos se encuentren 
como si les hubiéramos pagado la fianza 
de una pena de muerte. 
 Qué ciegos estamos, 
no vemos ni cuando nos juzgamos 
y qué cobardes somos, 
no vamos ni cuando nos llamamos.
No es rojo, es ámbar.
El miedo solo existe 
porque existe la intuición
Y nuestra eternidad
duró todo lo que dura un amor
que no se puede entender.

Y qué de pena está toda ésta alegría,
no suena a portazo de bienvenida.
Y qué absurdos cuando no estamos,
solo somos cuando (nos) amamos.


Los treinta, una primavera y su lóbulo izquierdo



Me obsesioné con el chico que llegaba siempre tarde en bicicleta. 
Me obsesioné hasta el fondo, hasta que dolió y empujé más fuerte. 
Obsesión, desequilibrio, y algo de cobardía. Pero sobre todo, 
algo que bordeaba un poco más allá la idea de querer besarle el lóbulo
de su oreja izquierda.

Tenía la mirada perdida, y ese misterio de atenuante vida.
Como si un pasado tapizado en gris le envolviera todo su presente
y ni siquiera, le hiciese ilusión tener el poder de cambiarlo. 
Yo solía perder mi mirada junto a la suya para pasearla en secreto.
Tal vez como el perro que jadea porque solo sacas una vez al día.

Acerté con él. 
Estaba tan perdido de misterio que enloquecí por querer descubrir 
el origen del universo entre pupila y pupila; y lóbulo izquierdo. 
A veces, también derecho.

Le conseguí. A él, y al mundo al que pertenecía. 
Una habitación pequeña y cruelmente desgastada por el paso del tiempo
era testigo del amor que hacíamos y deshacíamos entre sábanas.

El balcón siempre estaba abierto. Se colaba el sol y el mes de Mayo
por las rendijas de la persiana, y las cortinas bailaban la música
del artista que tocaba en la calle.

Miradas cómplices,
manos entrelazadas,
sudor libre en la cama.
Era feliz y afortunada. 
Me asomaba al balcón y lo gritaba. 
Y el músico me miraba.

Y de repente un día, lo sabes.
Tienes que marcharte.

¿Qué pasó?

Nada. 
Se acabó como las cosas que terminan
por creer en ellas más tiempo del que duran. 

Y los diez años que me sacaba.