Cinco minutos bajo el edredón




Escribirlo siempre duele un poco menos, es saber que el porcentaje de quedarme con las ganas y el de escupirlo en un papel se nivelan hasta un punto en el que matas un poco de verdad para vivir un poco de mentira. 
Y todos sabemos que en la mentira se está muy a gusto, se debe parecer a no querer salir de debajo del edredón justo los cinco minutos antes de que suene el despertador. Solo cinco. Los cinco que sabes que tienes que hacerlo. Estos son mis últimos cinco minutos… y los tuyos. 

Es un paréntesis que hago en donde solo por ésta vez, cabemos los dos. Porque es aquí donde nos despedimos, es la última vez que a ti y a mí nos junto en la primera persona del plural. Así que sonríe, que esto se acaba y hay que bailarlo. Yo tampoco sé bailar pero estoy improvisando. Al igual que tampoco nadie sabe caer, pero al menos, intentémoslo hacer con estilo. Me voy a jugar una de las tantas vidas que no sabía que tenía para desafiarte a quedarte con las ganas de saber que te hubieras vuelto loco por mí, y no una, sino todas las veces de tu vida. Y que yo me hubiera terminado marchando, como siempre hago. Pero que esta vez lo has hecho tú sin dar opción a nada. 

Se ha ido el tren que ni siquiera paró en el andén para dejármelo pasar adrede. Y estoy de pié, a punto de desplomar, mientras pronuncio un “pero” y tú me respondes que “pero nada”. Y me desplomo. Y en el suelo de la estación deshabitada de pasajeros y desprovista del último tren pienso; y creo que en el fondo has sido listo. Que te has ido justo en el momento de empezar a echarte de más, como los finales buenos de las películas, cuando parece que ya sabes lo que va a pasar y de pronto se corta la imagen con un pantallazo negro seguido de una buenísima banda sonora mientras aparecen las letras de los subtítulos.  No hay un final claro, ahí te lo han vuelto a dejar para que pienses lo que quieras, para que elijas el que más te guste. O para una posible segunda parte o vete tú a saber para qué. El caso es que te jode. Nunca sabrás si el chico se queda con la chica.  

Me pregunto si esas fueron tus intenciones desde el principio, porque yo reconozco que las mías nunca fueron ni tan buenas de estar a las diez en casa, ni tan malas con chaqueta de cuero.   
A ver si me acuerdo la próxima vez de dejar el corazón en casa que el muy terco siempre se quiere ir con el primero que pasa... 




 Bip, bip. 

 La alarma lleva sonando cinco minutos, 

   


  salgamos del edredón, 




empieza 
el primer día 
sin ti.