Guerra fría de corazones





Nos encontramos en plena guerra fría de corazones. 
La batalla campal se desarrolla en las trincheras de la indiferencia 
y las tensiones en las fronteras se hacen cada vez más evidentes. 

Al frente se encuentran las dos partes contrincantes que luchan por un amor imposible. 
Sus armas son el más absoluto silencio y están a la espera del primer movimiento del otro. 
Una lucha en vano perdida por cualquiera de los dos ejércitos y ganada por el maldito orgullo, 
o en lo que en términos realistas también podría llamarse “retirada a tiempo” para intentar no morir de amor. 

Si hay un intento de rescate por parte de las tropas de la razón, 
se les mantendrá informados.
 

Informe enviado desde la retaguardia, 
cercana a una base militar, 
la cual ondea una bandera al viento que dice: 


 “Me enfado con el enemigo porque no me importa y me importa por enfadarme.



Versos mal escritos



Las noches de calor veríamos las últimas estrellas y el primer amanecer, subidos a lo más alto del tejado.
Vendríamos de alguna fiesta moderna, y habríamos tenido alcohol y sexo.
Yo estaría hecha un asco y tú solo me sonreirías. Me recordarías 
lo jodidamente guapa que estoy con esa chaqueta tuya 
y jugaríamos a adivinar dónde queda tu casa, 
o la mía…para terminar en un sucio hostal.
Nos correríamos con La Fuga,
encenderías un cigarro,
que yo arrojaría a 
una esquina 
con 
despecho.
y te miraría desnuda. 
Retándote una vez más.
Sacaríamos fotos entre sábanas
y nos morrearíamos a escondidas del amor.
Te insultaría desde la ventana en bragas con lenguaje no verbal
y escupiríamos un montón de versos y palabras mal escritas. Me dirías locuras 
del tamaño del Big Ben y te pintaría toda una constelación de propósitos en tu espalda.
Soñaríamos barbaridades apuntando más allá del techo. Me jugaría la vida una vez más al borde de tu boca.


Lúname




¿De qué hablo cuándo hablo de ti? De una corbata muy mal puesta a las ocho de la mañana porque tienes prisa. Debe ser ese encanto tuyo, del que me incluyo, el de las cosas mal hechas, el que me vuelve loca hasta la fecha. Así que lo que pasa aquí, es que estoy contigo y contra ti.

Pero basta de versos y dame besos porque confieso, que hay veces, que solo elijo la forma de rendirte, para saber si me puedes, si sabes herirme. Aunque ya lo hiciste una vez, y tú, tan completo desastre como siempre, ni te percataste del destrozo que dejaste ante tus pies. Éramos dos locos sin luces antiniebla en el verano de sus vidas. Porque tú y yo, era lo que teníamos, que vivíamos en verano, lo nuestro nacía y moría siempre en la misma estación. Y éramos gusano y luego seda y por fin alas. Llenabas de magia mis agostos y me dejabas muriendo los septiembres. 

Nunca nos salían las cuentas y siempre conseguíamos sumar más despedidas que reencuentros. No sé, serían con llevadas, porque al final del verano eso era lo que pasaba, que te llevabas todo. Y si es cierto eso de que el roce causa el chispazo, no sé cómo llegamos a encendernos, porque lo único que quemaba era la distancia. 
Y me presentaste a la luna, y me decías a lo poco que te sabía, que lo contrario de vivir era no arriesgarse, y aunque nunca me la prometiste me la regalabas furtiva, cada noche, como si tuviera dueño, como si fuese tuya, y luego nuestra... y ahora, ¿ahora qué hago yo con la luna? Ahora que todo ha acabado, y el frío ha llegado más fuerte que nunca colándose por las mangas de tu camiseta y las grietas de mi corazón, derribando los besos robados que ella miraba de reojo, lo que bailábamos juntos antes de dormir, justo antes de que ella cruzara el cielo. Ella, ella… La luna. 

Y yo te decía una y otra vez; 

bésame
lúname
mátame. 

Yo, que te hubiera hecho un calendario lunar solo para seguirlo las noches de invierno, ésta vez de lunares, impares, en mil lugares... Te juro que lo hubiera hecho. 
Pero ahora, que la luna está a mil jodidas millas de echarte de menos, la vía láctea hecha pedazos y toda la galaxia en un mar de lágrimas fugaces, te lo cuento bajito, que solo las noches que está llena, abro la ventana, y la dejo meterse en mi cama y se acomoda entre mis sábanas, para que duerma conmigo, para que no esté sola. Y para ver si sabe a más, porque siempre decíamos lo mismo al despedirnos: 


Nos vemos por la luna”.


Corazón de papel



Su forma de vivir era un constante desafío a la vida. Me desafiaba a mí y hasta la suerte. Bailaba con los gatos más negros sujetando un paraguas de color amarillo bajo la escalera de incendios, mientras derramaba sal a diestro y siniestro cualquier martes y trece. Loca la llamaban. Pero lo que muy pocos sabían es que los gatos la entendían, y el paraguas solo un impermeable para las penas, porque la sal que derramaba, no era otra cosa que sus lágrimas. 

Estaba empapada por dentro y es que la lluvia y yo, ya hacía tiempo que la teníamos calada. Y ahora dime, déjame entender por qué nunca tiendes el corazón a secar, deja escurrir el miedo que ahoga y aprende a pintar con las acuarelas que nunca sabes usar. Ahórrate silbar aburrida una y otra vez las mismas melodías que nunca dejas de escuchar y saca a bailar de una vez a los instintos. Olvida el vértigo a un precipicio inexistente, y las palabras que paseas cogidas de la mano para tenerlas tan cerca, que así no puedan ser interpretadas más lejos de lo que tú las dejas. Pon tu corazón a secar, que ni yo me creo que esté hecho de papel ni tú que esté deshecho. 

Y no, no quiero con esto que creas que ignoro que tu lluvia no es otra cosa que una característica de toda esa primavera que llevas en la sangre, y que en cualquier momento parezca que va a estallar a borbotones, con la más perfecta y acompasada melodía del redoble de unos tambores que nunca duermen. 

Y es que en el fondo llegué a entender, que todo ese revoltijo de sentimientos era lo que la removía y llevaba dentro. Eso de los que saben que están vivos. Que amaba fuerte e intenso hasta caer rendida, hasta que no le quedaban más besos adheridos a las costuras de su piel. 
Pero aún así, nunca se dejaba atrapar, porque había huido tantas veces de aquellos que pretendían quedarse a dictar su vida y su corazón, que sin querer había aprendido a escapar con la delicadeza que lo hace un simple pestañeo. 
Y lloraba a todo trapo.


 
Porque quería 
pero 
no podía.

y había veces, 
que ya no quería poder más.