Te miro y la boca se me hace agua



Estoy esperando ir a favor del viento. 
Una se cansa de luchar constantemente contra sus miedos 
como si en la vida no hubiese cosas mejores que hacer, 
como conocerte. 

Dejarse llevar por la corriente 
sería la opción más estúpida y fácil,

Pero no, yo no quiero ser como el agua
que siempre elige el camino fácil. 

Yo quiero ser ráfaga de viento 
que te corte la respiración en un callejón 
o la brisa de mar que respiras 
como si de repente, 
no te apeteciera hacer otra cosa que ser verano. 

No sé cuánto tiempo se necesita para ordenarse,
ni sé si quiero que me esperes 
por si decido no volver.

Las despedidas me ponen demasiado triste 
y otra vez se nos está alargando 
como si nuestros vuelos 
siempre saliesen con retraso. 

Mira, 
sabes que no hay fáciles ni difíciles, 
que cuando tienes ganas de probar cosas nuevas 
te da igual el miedo a equivocarte. 

Y los caramelos se derriten en bocas, 
y las bocas derriten lenguas 
y un beso tuyo 
es como surfear el comienzo 
de un tsunami precioso.

Y ya me he vuelto a contradecir 
porque eso es agua
y yo quiero viento.


Pienso





Otra vez está lloviendo en esta maldita ciudad,
como si no tuviera yo bastante con desayunar tristeza
-la comida más importante del día-  Dicen.
Tan importante que nos mantiene a los dos.

Pienso que piensas que pienso que te pienso y así,
pensando,
me iré a dormir con alguna
de las pesadillas que guardo en el cajón.

¿Tú sabes lo que se siente cuando no se siente nada?
Es como generar un vacío de otro
en fin, un vacío gigante.
Posiblemente  ya no sienta nada,
pero probablemente me siente a comprobarlo.

No resuelvo el enigma,
pero sumo partituras de canciones que hablan de ti.

No te quiero,
pero mueren las flores de mi jardín.

No puedo evitar pensar que antes de una despedida
hay un encuentro y antes de eso,
una soledad en busca de otra

Que si no hay encuentro,
adivina qué somos.

Olvídalo




Vamos a hacer una cosa. 
Vamos a suponer 
que nunca estuvimos 
allí los dos juntos. 


Que tu mirada no se rozó con la mía, ni tu sonrisa intentó provocar a la mía, incluso que mis latidos no acariciaron los tuyos, ni las palabras bailaron un bonito vals antes de que tus labios se estrellaran con los míos e hicieran que el universo se expandiera un poquito más la noche en la que nos conocimos. Dime que no fue allí, en mitad de ninguna parte, en el punto exacto entre el pasotismo de un adolescente y la curiosidad de un niño cuando empezamos a jugar con el amor como si no supiésemos de antemano que era un objeto inflamable y llevaba la etiqueta de precaución en el reverso. Hagamos que no sepamos que hubo una química brutal del tamaño de tu cuerpo y el mío juntos, unidos por una ley de gravedad desconocida hasta el momento, una fuerza gravitatoria de origen animal en la que hacer el amor era lo mismo que flotar. Ignoremos la punta de tus dedos desenredando un mechón y los sueños que durmieron agarrados a mi espalda esa misma noche. Y ya de paso, olvida también el escalofrío que viajó hasta el epicentro de mi cuerpo y se hizo volcán para estallarme en mil pedazos cuando hicimos más amor con las sonrisas que con la anatomía. 

Olvídalo joder, 
que yo no lo estoy recordando.

Ella movía corazones





Tenía el corazón encendido al rojo vivo, 
solo porque amaba. 
Requería de una habilidad extraordinaria 
para revolver tu mundo. 
Podía bailar en medio del suicidio colectivo 
de las hojas de otoño,
y hacer llorar al mundo entero con el brillo 
incandescente de sus ojos. 
Era muy amante del verde de la primavera.
Y esa manía suya de acariciar la hierba,
hasta erizar todo un campo de margaritas 
que las hacía gritar
al unísono. 

Era duda, 
pero sobre todo, 
siempre era acierto. 

Era jaula abierta, 
amaba demasiado la libertad 
y trepar hasta enredarse con sus barrotes, 
solo lo hacía uno por voluntad propia. 
Quedarte con ella podía ser una enrevesada 
y dolorosa partida de ajedrez, 
pero que te voy a decir yo,
mientras ella quedase en el tablero, 
reina y dueña de mi vida, 
no había temor al jaque mate. 

Lo mejor de todo, 
es que con ella no se iba a ninguna parte.
Y a todas en realidad. 
Viajé a tantos sitios entre el alba y su cuerpo
que lo habría convertido en destino turístico 
de por vida.
Y solo a la experiencia de hacerlo, 
en patrimonio de la humanidad.

Ella era ella, 
y movía corazones. 

Lo hizo con el mío,
y a saber con cuántos más.
Los movía tanto,
que los dejaba en un estado de:


total, 
                        absoluto 
                                                         y completo 
                                                                                        delirio.
  




Ya no te quiero




Ya no te quiero, 
olvidé quererte como solía hacerlo, 
como el puño que coge arena 
y la aprieta tan fuerte, 
que se le escapa de entre los dedos. 
Tenía tanto amor que sobraba, 
que no importaba derramarlo. 

Olvidé las palabras que nos decíamos, 
las promesas que migraron con las aves 
y el cambio de estación 
hacia un lugar donde ya no parece importar 
que fuera tu sonrisa 
la que un día movía el mundo,
y los atardeceres 
el comienzo de algo bonito. 

He olvidado más cosas 
de las que me gustaría recordar. 
He olvidado la manera 
en la que me susurrabas al oído 
la última canción antes de dormir. 
Y me entristece 
demasiado.
De una manera en la que me da miedo 
intentar acordarme de ti, 
viajarte, 
y no poderme traer nada 
de vuelta conmigo. 
De la manera en que sabes 
que no existe nada 
que pueda acabar contigo 
si hay recuerdos que mueren. 

Que pensarte y no sentirte suena 
a sucio
a traición
a infiel 
y a copa de vino rota. 
Que te odiaría por ello 
si eso ocurriera, 
si fueras tú el títere 
de este circo de ilusiones esfumadas. 

Que yo no te piense, 
que tú no me olvides…